Eco de las fiestas de Pinilla en la columna semanal de Javier Narbaiza que
se publicó en el Diario de Soria.
NO TAN AUSENTE
Suenan las campanas
JAVIER NARBAIZA
Suenan las campanas en un
mediodía de septiembre. En el pueblo, las campanas ya solo se tocan en tiempo de
fiestas, que ahora hay dos celebraciones: la de los veraneantes en agosto, y la
tradicional de la Virgen del Tremedal, que es una virgen que se apareció a un pastor
manco al que luego le creció el brazo. El campo se presenta desnudo y ralo, y el
punto de color lo aportan el estallido rojo de majuelos y escaramujos, mientras
el girasol empieza a deslavazarse de amarillos, lo que indica que viene su tiempo
de recolección.
Quien voltea las campanas lo hace
desmañada y torpemente, de lo que se deduce que este año no ha venido Clemente,
que siempre tuvo su arte en el repique, reminiscencia de infancia de monaguillo.
A estos festejos acuden los de siempre,
y otros hijos del pueblo que llegan por sorpresa, cuando nadie los esperaba. Tal
vez están con el reparto de la herencia y se acercan para hacer recuento de fincas
y ruinas, o a tratar con los renteros, y entonces, quienes hemos levantado algún
tejado, aprovechamos para animarlos a fin de que apañen un espacio de su pertenencia,
y así rescataremos otro retazo de caserío hoy presa de matorrales y escombros. Nos
presentan a hijos y a nietos, de los que crecieron en las capitales, quienes otean
con extrañeza el mismo horizonte que atisbaron generaciones con su apellido y semblanza.
Se charla antes de la misa, pasando
lista de presencias y computándose las bajas producidas. Alguno de los fallecidos
recientes hizo constar que la ciudad a la que había emigrado conllevaba ventajas,
pero una vez que dejas de respirar no hay mejor descanso que estos campos, por lo
que en últimas voluntades dejaron instruidos a los familiares, que en el momento
procedente, cargasen con la urna y se diesen una vuelta por el pueblo para expandir
sus cenizas desde cualquier cerrillo. Una ?zaragozana? esgrime que no se deben echar
tales residuos en el pinar, que es tierra propicia para níscalos, ya que a ella
le daría reparo comer setas con briznas de personal conocido. A la escrupulosa se
le manda, con afecto, a hacer puñetas, y se le argumenta que por estos Altos el
viento enseguida lo esparce todo.
Viene la procesión de la Virgen
por las tres calles pavimentadas del pueblo. Nadie se atreve a coger el pendón,
que hoy ya no hay costumbre de soportar mucho peso. Tras la comida y la sobremesa
se van recogiendo los avíos y se deposita la basura en el contenedor. Luego, van
cerrándose las casas y se colocan tableros en las puertas para preservarlas de lluvias
y de vientos. Con la noche, los automóviles arrancan hacia sus destinos, y el pueblo
recupera su silencio. Al año que viene, por el verano, volverá la gente y sonarán
las campanas de la iglesia.
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